miércoles, 4 de junio de 2008

Mi profe Estani y los 0,5 grados de separación

El artista, su obra y la agradecida familia

Como en mi Badajoz la regla de los seis grados de separación se reduce casi siempre a "cero y medio", resulta que Estanislao García (el escultor del busto de mi padre, que ya tiene otras obras repartidas por la ciudad) fue mi profesor de dibujo técnico en en el instituto. Recuerdo que sus clases eran relajadas, de esas en las que el profe (muy buena gente, además) te deja trabajar un poco a tu aire, sin presionar pero ofreciendo su ayuda en todo momento. Aunque, para ser sincero, lo que mejor recuerdo de él es una anécdota un poco "gamberroide" que protagonicé en C.O.U. (yo creo que fue la única de mi vida) junto a mi inseparable colega de aquella época, Álvaro Tanco. Resulta que éste se había mudado ya a Cáceres (habíamos sido compañeros de pupitre hasta tercero en el "insti"), así que aquel día de clase que nos hizo una visita al Bárbara, durante el recreo le convencí para que, en honor a los viejos tiempos, se colase en mi clase de dibujo y echásemos así unas risas tontas propias de la edad. "No te preocupes, si Estani es el típico artista despistado, va a los suyo, seguro que no se da ni cuenta", le dije, convencido de que la presencia de mi colega pasaría desapercibida fundamentalmente porque el bueno de Estani no conocía bien a todos sus alumnos, o al menos eso pensaba yo. "Además, como eres chiquitajo...", añadí con sorna usando una broma recurrente cuando se trataba de Alvarito. El caso es que al final se sentó a regañadientes a mi lado en la última fila, oculto además tras una maraña de mesas de dibujo, escuadras y cartabones por si acaso. Pero cuando Estani entró en el aula, su inesperada reacción me dejó atónito: se paró en seco, como alertado por un sexto sentido, señaló hacia donde nos encontrábamos y soltó un convincente: "¡Tú, fuera, que no perteneces a esta clase!". Y el pobre Álvaro salió avergonzado por la puerta, cabizbajo, dedicándome una mirada acusadora que sin duda me merecía. Siempre pensé que hubo algo de sobrenatural en aquella reacción del entrañable profesor (que evidentemente "controlaba" más de que lo yo suponía), incluso me recordó a aquella escena de La invasión de los ultracuerpos, cuando los extraterrestres suplantadores descubrían a un humano auténtico: sólo faltó el famoso gritito que helaba la sangre.

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